He sido formado, aunque quizá la palabra que debería usar es criado, por gente que me ha enseñado lo que consideraban mejor para la vida y claro, me siento un verdadero afortunado. Obviamente primeros en la línea están mis viejos, que me/nos dieron todo lo que tenían con el cuidado de no darnos lo que no tenían, y digo eso también como un valor.
En el Club, me ha recibido y enseñado gente de rugby que, además de todo lo que yo traía desde mi casa, me han marcado con valores que el juego trae pero que requieren que te expliquen un poco mejor de qué se trata.
Cuando el Mosca hablaba de lealtad, y lo decía remarcando la palabra con cierta ferocidad, como explicando con supina claridad lo primordial que era a lo largo del juego porque, está claro, podemos lastimar al contrario no ya con la vehemencia requerida para el juego, porque podemos lastimar a otro aún con buena fe, sino en lo que significa hacer lo que hay que hacer sin querer lastimar a otro. No sé si puede verse la diferencia.
En el rugby siempre ha habido de todo, buenos y malos, chorros y gente honesta. Claro, los malos y chorros no eran sino una minoría, detestable claro, pero una minoría y en general los Clubes obran como un colador, que va dejando afuera a los que no dan la talla, y no hablo del juego.
El respeto es crucial en nuestro juego. Tenemos que respetarnos y mucho, porque en un juego de dureza física, uno podría descontrolarse creyendo algo que no es, o quizá entendiendo que hubo mala intención. El respeto es de los jugadores hacia los adversarios, de ambos hacia el referee y sobre todo, del público hacia todos. Todos los mencionados deben respetar, además, a su Club (el propio) y al que juega enfrente y todo el mundo debe respetar al rugby, cosa que algunos muchachotes no hicieron cuando quebraron leyes sociales que deben castigarse de la forma en que la ley disponga.
La formación de un jugador de rugby es crucial, y no se realiza a los 19 o 20 años (quizá sí, pero poquito) sino en etapas más formativas y vas marcando el camino desde que son chiquitos y los encontrás más permeables cuando entran en la pubertad, cuando las hormonas empiezan a hacer su agosto y los chicos comienzan a creer que son grandes. Más que nunca ese es el momento de enseñar las cosas más complicadas, que es cuando la malicia se apodera de los malos. Y claro, en esta fase del juego, los maestros de rugby son esenciales.
La Unión Argentina ha dispuesto un programa que ha dado en llamar UAR 2030, que es una forma de abordar parte de una problemática que a mi entender es mucho más abarcativa y que debería estar ligada al acervo argentino de ver las cosas, que difiere en cómo se manejan en otras latitudes. Cualquier programa que intente volver a los valores que claramente se van perdiendo, tiene que incluir a entrenadores, managers, jugadores y familias. Porque la familia es el pilar fundamental de la sociedad y claramente del rugby, porque más allá de que un padre o una madre (o ambos) acompañen a su párvulo, el Club es una familia en sí mismo, y debe atender los problemas internos que pudieran aparecer.
¿O no se entiende que el tercer tiempo no es un momento para comer algo después de gastar energías sino un momento donde los contrincantes bajan las tensiones personales de un juego que es muy duro en sí mismo? ¿O que rugby seguro significa que debemos mantener la mente fría cuando se requiere de mayor calor en el juego, para evitar salirnos de la raya de lo legal y de lo seguro?
Este fin de semana en un partido de menores de 15 se rompieron las reglas del decoro. Ojo, que no es la primera vez que pasa, pero cuando hay chicos lastimados en pos de buscar un triunfo que no significa nada, estamos caminando hacia atrás en la enseñanza de lo que es el rugby, de lo que debe ser y de lo que tenemos que hacer para que sea lo que decimos que es.
Cuando padres de un equipo “bardean” desde afuera a chicos de 15 años de otro, ya sin saber si han jugado rugby o no, aunque tiendo a pensar que en su vida tocaron una pelota ovalada, me queda claro que el camino que están tomando es el equivocado. ¿O que piensan esos padres y madres que sienten sus hijos cuando escuchan eso? ¿Orgullo? Si sienten orgullo están formando a alguien que no debería jugar rugby.
Cuando un equipo quiere ganar, lo debe hacer con vehemencia y dentro de las reglas del juego porque, siempre lo digo, el rugby es un deporte donde podemos lastimar, si queremos hacerlo. Ya no se trata de un “tackle ascensor” (que un referee podría juzgar peligroso o no) sino que hablamos de un rodilla golpeando sobre las costillas, o cualquier tipo de golpe desleal.
Quizá el mayor problema que tenemos es no reaccionar frente a este tipo de cosas. Quizá el Club al que le haya pasado esto debería tener un informe de su propio entrenador, y poner la casa en orden. Y comunicarse con el Club adversario. Y eventualmente volver a jugar un partido en el futuro, ya sin puntos, y compartir un tercer tiempo, para olvidar rencillas y asperezas, y pensar en un futuro mejor, ya no sólo para un juego de rugby cuando sean mayores, sino para que ellos mismos comprendan los límites de un juego y aprendan hasta dónde el rugby puede ser inclusivo y enseñar a ser mejores personas.
Pero para eso, alguien tiene que enseñar. Y alguien tiene que aprender.
Porque si las cosas no se ponen claras y sobre la mesa, después ocurren desgracias como algunas que ya ocurrieron, y les juro que no me llamaría la atención que algún violento sea uno de esos cuyos padres gritaban desde afuera, esos que dicen “rompelo” y que le gritan tonterías a un chico de 15 años que usa una camiseta distinta a la de su Club.
El rugby será todo lo que decimos si nos educamos entre todos, si entendemos su belleza y no hablo de pasar la pelota hacia atrás y correr hacia adelante, sino la de aprender valores, comportamiento, entrega, solidaridad, amistad y resiliencia.
Y eso se aprende todos los días en casa y en el Club. Y si alguna para falla ese “banquito” no se va a poder tener en pie.
Por eso a los arbolitos de la calle Chacabuco, a la vuelta de mi escuela en mi pueblito costero tenía tutores. Tenía razón el Hermano Víctor, cuando decía que si no les ponían tutores (maestros) los arbolitos iban a crecer torcidos y después, de grandes, ya no es posible enderezarlos.
Por eso pido que todos tengamos la conciencia de la educación del Viejo Juego, que cada uno tenga el rol que le competa y que sume para que todo el mundo se divierta, sin importar si se gana o no se gana, porque el rugby lleva a los chicos mucho más allá de lo que podemos creer. Y ese destino depende de todos.
Marcelo Mariosa
Tuve la oportunidad de entrar a una cancha, de ayudar a entrenar una división de menores y de acompañar a uno de mis hijos al Club cuando jugaba; la responsabilidad es enorme, en cualquiera de esos ámbitos y también como espectador todos los fines de semana. Si no entendemos esto estamos matando a nuestro querido juego. Abrazo.