El rugby de este finde de semana me llevó, una vez más y van tantas que no puedo ya llevar la cuenta, a la cara del Mosca cuando con una sonrisa socarrona nos hacía comentarios poco alentadores que, de acuerdo a su creencia, fortalecía nuestro pequeño ego y de alguna manera o tuvo razón, o se encontró con pibes de acero. Pero esta vez, mientras relataba el partido por el canal de YouTube, tuve algún choque con algún comentario muy fuera de lugar de alguien que, entiendo yo, o quiso hacerse el gracioso o tuvo un ataque futbolero, tipo “hater”.
Como tantas otras veces, la voz sonora del Mosca retumbaba en mis oídos mientras el relato del juego seguía adelante, con aquella enseñanza que yo, como conspicuo integrante de aquélla cuarta medio pelo en lo deportivo, pero campeona mundial de los valores y la amistad, recibí con la integridad de alguien a quien no le gustaba inclinarse ante nada. “Al adversario van y lo reciben en la puerta del Club, les agradecen haber venido, y si no conocen, los acompañan hasta el vestuario para que puedan cambiarse”.
Yo no tengo dudas de eso. Hay que agradecer que venga el referee, que no tiene la menor intención de favorecer a alguno de los equipos, y que puede equivocarse, claro, pero eso es otro tema.
Pero yo quería abordar un tema que me apasiona y que es la psicología del deporte, sobre todo en un juego de equipo tan numeroso como el rugby. Sin dudas no alcanza con tener un muy buen grupo de amigos o compañeros que se apoyan mutuamente, porque eso sería una parte de la receta y un ejemplo es aquella cuarta división que yo siempre señalo. Pero aunque tengas grandes jugadores, si no lográs cohesionar un grupo unido, tampoco tendrás grandes resultados.
Luego vienen las reacciones ante los resultados. ¿Qué pasa por la mente de los jugadores cuando el equipo gana? Se puede escribir un libro y yo no querría hoy molestarlos con eso, pero sin dudas el grupo “se tiene fe” ante cualquier situación y va en busca del resultado, lo logre o no. También está del otro lado el equipo que no puede o no sabe cómo ganar. Pienso en los tantos años de Italia en el 6 Naciones, por ejemplo, donde perder era casi una costumbre, y tanto, que los equipos del Tier 2 pedían que hubiese ascensos y descensos, cosa que, a causa del negocio, nunca ocurrirá.
Dicen que “cuando un equipo se acostumbra a perder…” y yo creo algo que no es justamente así. No es que se acostumbra a perder, porque detrás de eso hay enojo, entrenamiento y más trabajo para revertir el asunto, pero pareciera que con eso no alcanza. Lo que en realidad pasa, es que viene el miedo a no ganar, que no es lo mismo que perder. Porque perder es una de los posibles resultados y es lo que está en juego. Pero no ganar es cuando ganar es posible, pero algo de la ocurrencia del juego hace que paralices alguna de tus virtudes y no puedas desarrollar todo tu potencial. En rugby siempre gana el que juega mejor ese día, no hay vueltas.
El liderazgo positivo de varios de los jugadores son lo que arrastran al grupo y acá no hablo de temperamentos sino de “influencia”. Querer ganar es algo que todos sentimos antes de entrar a la cancha. Pero adentro pueden pasar cosas. ¿Cuántas veces vimos a un equipo arrollar a su oponente en el primer tiempo y ser arrollado en el segundo? (ver Pumas-Australia en Salta el 6/10/2018). ¿Cuál es la explicación de la variación de uno y otro equipo? ¿Cuándo es que se apaga la “luz” de uno de ellos y se enciende la del otro? Y, ¿por qué?
La mente de los jugadores debería ser parte de los entrenamientos, y la presencia de líderes naturales o la activación de líderes de segundo plano es necesaria para que sean los que tiran del carro en los momentos más complejos de un partido. Y vaya que es necesario.
Muchas veces me han oído hablar de que hay que aprender a ganar, entender que es un juego y que la victoria puede ser efímera y mala consejera. También hay que aprender a perder, porque es una consecuencia del juego, porque ayuda a entender que hay que ser humildes y tratar de mejorar. Pero quizá haya que tener en cuenta también que hay que aprender a sobreponerse de lo que sea que nos pase, aprender a jugar con la libertad de cambiar el plan de juego de acuerdo a aprovechar lo que nos plantea el adversario y fundamentalmente aprender a manejar las inhibiciones que nos podrían provocar el stress que nos genera, “in advance”, la posibilidad de no ganar.
Y claro, todo eso se entrena.
Todo se entrena.
Marcelo Mariosa – La Pluma del Ruck
Excelente comentario, tengo total coincidencia con lo dicho, especialmente con: «Todo se entrena», no sólo lo técnico – táctico. Muy buena nota.
Gracias Marcelo por tu editorial pero además por permitir que uno pueda expresar lo que siente en este espacio. Es lo que te diferencia entre tus colegas y lo que embellece a las charlas de Rugby. Cada vez más pienso que vamos camino a la extinción los que tenemos el pelito blanco, no por calendario si no por los conceptos que tenemos incorporados desde muy chico y que hoy parecería que navegan sin llegar a buen puerto. Quedan pocos «Mosca» en los Clubs, deseo firmemente que se reencarnen para bien de Tigo el Rugby 🏉
Como siempre tu pluma es impecable (aunque ahora sea un teclado), como diría Michael, los que «tenemos el pelito blanco» sabemos de que se trata.
Abrazo Tocayo.
Coincido plenamente con tu comentario.