Afortunadamente, a través de los años, algunas cosas han cambiado con el Viejo Juego de Fútbol de la ciudad de Rugby, porque los más viejos asentirán que no jugábamos a lo mismo, aunque era parecido. Como siempre digo, todo cambia para que todo siga siendo lo que era, pero depende de la mirada.
A nadie escapa que los de 50 para arriba hemos jugado con camisetas de algodón que pesaban dos kilos ya sólo por la transpiración, ni que hablar con lluvia y/o con barro. Yo prolijamente le pasaba vaselina a mis zapatos de rugby porque así me había enseñado El Mosca, y apenas arribado al plantel superior, quizá en el primer o segundo año, aparecieron por estos lares las camisetas “livianas”, que no retenían el agua, y que Cachito me trajo para mi debut en Virrey del Pino 3456.
“Las medias altas” explicaba El Mosca, para evitar los golpes en las “canillas”, cosa que sólo me ocurrió al llegar a primera como ala, cuando el propio medioscrum adversario, pasaba a mi lado en la formación y me pateó en la zona, asunto que provoca un dolor agudo. Ni que hablar qué pasaba cuando armabas una “montonera” (como le decía los viejos maestros de rugby al maul), porque más de un equipo tenía la costumbre de agarrarte de las pelotas (léase testículos) en la disputa por la pelota (léase balón).
Y por supuesto, todo lo que está en el piso es pasto, como nos explicaban, y así tenía toda mi espalda con rayones que, graciosamente, se curaban durante el verano. Y si metías la mano para “pescar” (también entender como retrasar la salida de la pelota, ya sea que estuvieras de pie o en el suelo) te pasaba, inexorablemente, que un botín pisara sin elegancia tu mano, hiriendo los dedos (a veces me siguen doliendo) o una mano no amiga retorciera la terminación táctil hasta que retiraras la misma de la pelota.
El rugby era, a no dudarlo, mucho más brutal que ahora y celebro que haya evolucionado aunque, el mismo juego, haga que los jugadores entrenen casi todos los días, casi como profesionales, aunque sean amateurs. No tengan dudas que muchos de nosotros hacíamos lo mismo antes, aunque sin tantas herramientas y videos.
Claudio Ventura era el hooker de mi equipo, y recuerdo especialmente que en un partido complicado y jugado sobre una cancha de barro pegajoso parecido a una “ganache” de chocolate, estaba medio lesionado, se había golpeado varias veces la cabeza pero, siguiendo la costumbre de la época, siguió jugando porque antes sólo salíamos “con los pies para adelante”. Yo sabía que estaba mal, pero a nadie se le ocurría que debiera salir, mientras hoy te hacen un protocolo que te preguntan, incluso, las reglas básicas de la matemática moderna.
El scrum se derrumbó, luego del impacto de los hombros de la primera línea que habían “volado” casi un metro para posicionarse y “ganar” la entrada. Raro era derrumbarse, pero esta vez el suelo hizo lo suyo, y Claudio quedó con la cabeza enterrada (literalmente) en el barro y el agua. Quedamos todos tan mal, que tardamos más de la cuenta en soltarnos primero, y levantarnos después. Pero Claudio quedó ahí, con su cabeza metida en la tierra barrosa y el agua mugrienta.
Cuanto lo “arrancamos” estaba casi tieso, y empezó a vomitar agua y barro. Su mirada estaba como perdida. Todos paramos un poco para ver cómo estaba y, sobre todo, por favor entiendan la circunstancia, cómo iba a seguir jugando. De repente, me mira con un solo ojo, el único que había podido abrir. La cara llena de barro, que en parte goteaba por el agua. Yo lo miro preocupado, pero no digo ni una palabra. Y entonces me dice, con una voz de ultratumba, que salió con un esfuerzo que venía de algún lado de difícil ubicación.
-Negro, ¿vos saliste con mi novia? -me preguntó. Me subió un calor y un frío al mismo tiempo porque no tenía respuesta. Claudio era mayor que yo, y ni siquiera sabía si tenía novia. Abrí los ojos como un búho, sacándome mi propio barro de las comisuras. Entonces levantó un poco la voz, pero no tanto como para que escuchen los otros.
-¿Vos saliste con mi novia?- me volvió a decir, ante mi asombro. -No…no…-balbuceé yo, medio temblando, porque no entendía por dónde venía la mano.
-Ya sé que no saliste con mi novia, boludo. Si no tengo novia- me dijo mientras sonreía y se veían sus dientes…llenos de barro. Poco después tuve que asistirlo en una borrachera tísica en la fiesta de Fin de Año, pero esa sí que es otra historia.
Marcelo Mariosa
Marcelin, querido amigo, es bien cierto la evolución que sufrió nuestro queridísimo deporte en cuanto a la protección de los jugadores, aunque te presento mis serías dudas respecto a los lesionados de aquel juego (muchos menos) , versus los seriamente lastimados de este nuevo Rugby evolucionado, en el cual prevalece lo físico por sobre las destrezas y el talento, a mí humilde entender. Por último y al revés, veo una involución y casi desaparición de valores, principios, reglas escritas y no escritas, siendo la principal pérdida de la madre de todas las relaciones que es, el RESPETO.
El peso de las camisetas de algodón con hombreras.
Tomar carrera para entrar al Scrum, y así…