Me Cache en Dié – La Pluma del Ruck
Creo que muchas veces he hablado de mi abuela Catalina, la que hizo dos veces tercer grado porque no había más grados en esa escuela. Trabajó desde muy chica, cosía camisas, en una época donde todos los hombres usaban camisa, aún para ir a la cancha los domingos. Tengo los mejores recuerdos de ella, que se fue una mañana un mes antes de aquél campeonato que ganamos con la cuarta buena. Y cuando se fue, como una paradoja del destino, fui al velatorio con mi novia, quizá no el mejor día para presentar a la familia.
Nunca me vio jugar rugby pero cuando me veía llegar con marcas en la cara lloraba en silencio. Y desde una sabiduría supina, ella me preguntaba en voz baja “por qué te hacés eso” como si yo me lo hiciera a propósito. Bueno, quizá haya algo de eso, porque si bien no me lo hacía a mí mismo, de alguna manera elegí un deporte que tiene eso, que te puede pasar algo. Sin embargo, como dijera Jean Pierre Rives, “la sangre es toda mía”.
Desde aquéllos años que yo siempre cuento fueron ásperos, a éstos donde hay mucha más velocidad, aún quedan cosas invariables dentro de la cancha, como el scrum, el line (quizá con la modalidad del “ascensor”) y el “mark”, la base de la regla 10 (hoy regla 17). Pero existen otras cosas que debemos impulsar desde todos los costados del rugby para que todo siga avanzando hacia donde todos queremos. Y es lo que pasa afuera de la cancha.
El tercer tiempo tiene una base única de comprensión, y es la de socializar con los adversarios. Hay que decir no a las mesas separadas, a no asistir, a no compartir. No hace falta que haya manjares: en muchas divisiones infantojuveniles hay tortas y té. Lo importante es conocerse, porque muchas cosas que pasan en la vida diaria están teñidas de un color bello por los jugadores de rugby. Y funciona como una hermandad, mal que les pese a algunos.
Es cierto que algunos clubes podrían ser discriminatorios pero recuerden que los clubes son las personas que los representan en ese momento, y que un Club no tiene la culpa de un desorden o de algo que no funciona bien, sino las personas que lideran a un grupo. Esas personas, bien o no tanto, son los que enseñan lo que hay que saber, ya no sólo como el rugby-juego sino lo que sigue un poco más allá y que yo llamo rugby-vida.
Enseñar para ser mejores no tiene que ver con una pelota de rugby solamente, sino con una actitud, una forma de comportarse, una manera de enseñar el respeto y la pasión.
Cuando se juega ese partido entre la división superior del club y los de la M14 que suben a juveniles, se está enseñando, se están mezclando los admirados de la primera con los que tienen todo para aprender. “Esponjas” decía el Mosca. O “Arcilla en mis manos”.
Y tenía razón.
Mi abuela Catalina decía, cuando se enojaba, y porque no decía malas palabras, “me cache en dié” y podrán imaginar cómo sería el insulto. Yo digo lo mismo, tratando de explicar que lo que estamos haciendo lo podemos hacer mejor, explicando, diciendo y hablando. Dejando exponer a los que pueden decirlo. Está en nosotros en divulgar lo que hay que divulgar. Me Cache en Dié.
En la cancha nadie puede disfrazarse y sale de verdad quién es uno, sin que una careta te retenga. Ahí, en el rectángulo de pasto, aprendemos a controlar todo eso que cargamos adentro. Y si aprendemos bien, podremos enseñárselo a los otros. Podremos ser maestros.
Y eso, es lo que necesitamos.
Maestros.
Por un rugby mejor y sano. Por pibes deportistas. Por mejores personas.
Marcelo Mariosa