Los clubes tienen, como existen en toda familia, personas que son parte y que al mismo tiempo son personajes especiales y aún entendiendo que somos todos diferentes, hay algunos que son más diferentes que otros. Uno de ellos era el coronel Andersen. Resulta que el “coronel” le quedó porque había sido capitán de un equipo juvenil y cada vez que hablaba, él mismo decía a cada rato, “yo soy el capitán del equipo”, por lo que al subir de categoría dejó de ser capitán para ser coronel. Eso sí, el capitán del nuevo equipo era otro.
El Coronel era un tipo muy raro, hablaba mucho pero no abría su corazón, no conocíamos a su familia y se vestía de una manera muy personal, no justamente a la moda del momento sino con ropa de esa que no se consigue en las tiendas comunes.
Pero lo más raro fue cuando un día y sin avisar no apareció más. Ustedes saben, a veces pasa, pero en general sabemos donde viven nuestros compañeros y vamos a ver. Ya nos había pasado, pero en el caso del Coronel no supimos dónde ir. Hablamos con los que se iban con él en colectivo, pero resulta que no se iba en colectivo. Es decir, se iba con algunos pero se diluía en el trayecto.
-Por dónde vivís- dijeron algunos que le preguntaron. Y la respuesta era un brazo semi levantado y un dedo apuntado hacia algún lado: – Acá cerca-. Y así se iba.
Esta semana aparecieron fotos de una gira de la cuarta campeona del 78, la saga de la hermosa cuarta del 77 que pasó sin gloria deportiva pero que me dejó amigos entrañables hasta el día de hoy. En esa gira, en donde aparezco flaco como un espárrago y con un matorral de pelo en mi cabeza, estamos todos recostados en una plaza, a los pies de una estatua. Y ahí estaba el Coronel.
Ya han pasado tantos años y quedan tan buenos recuerdos, las redes sociales nos llevan de vuelta a aquéllos años que fueron bellos en materia de amistad y complicados en el país, y las fotos que Pepe recuperada de algún arcón de los recuerdos nos dejan a todos extasiados. Incluso a mí, que jamás tuve una foto de la cuarta campeona, y de algún lado salieron esas imágenes a color dudoso, sacadas con cámaras de aquél tiempo, con rollos de 110 y 36 “exposiciones” (pero que le podíamos robar algunas más) y ahí están los muchachos de esa cuarta, jóvenes, muchos que se perdieron en las nubes del tiempo, como el Coronel, y ahí estoy, congelado a mis 18 años, atento en un line en la cuarta posición en una épica batalla contra Newman jugada en La Horqueta, donde estaba el colegio, y no donde tienen los de bordó ese hermoso club en Benavidez.
Del Coronel y de tantos otros no sabemos nada. Ni del Corto, ni de Muñoz, ni de Caracón. Sin embargo no dejan de estar presentes cuando nos reunimos y recordamos las pequeñas peripecias y anécdotas que nos regala el rugby a lo largo de la vida. Porque, de alguna u otra manera, recordar es volver a vivir, aunque sea unos minutos, aquéllos instantes de juventud, y aunque ahora hay canas o poco cabello, las voces y las formas son las mismas, la buena gente no cambia y, como decía el Mosca, “no hay que mendigar amor” así que si no logramos que estén, es porque ellos no están para ser parte.
Sin embargo y como corresponde, los recordamos con cariño y en las fotos y en nuestros corazones de jóvenes, nos acompañan en cada recuerdo, tal cual como ellos eran hace tantos años. Marcelo Mariosa