Los latinos somos, irremediablemente, pasionales y fervorosos. Cuando desatamos los sentimientos nos solemos expresar de manera ruidosa, a veces hasta salvaje. Dentro de ese espectro, algunas sociedades pueden ser un poquito más cuidadosas o logran expresarse de mejor manera. El rugby, quizá por esa parte de la raíz que porta que es británica, nos ha enseñado a lo largo de los años que no es conveniente exacerbar las emociones. Y hemos tratado de hacerlo por años.
El Mosca nos decía que un try no se festeja sino como un logro, un agradecimiento contenido hacia los compañeros y “trotemos rapidito hacia la mitad del campo para reiniciar el juego”. Aquéllos aplausos de antaño se han ido destiñendo para acabar con festejos furiosos, ya no sólo entre compañeros, sino que generalmente incluyen a los suplentes a quienes los mandan a precalentar precisamente al in goal del equipo contrario. Pero esto ya no sólo pasa en Argentina, por ejemplo, sino en casi todos los partidos que podemos ver por televisión de allende los mares. Pareciera que el “latinismo” ha traspasado límites, al fin y al cabo.
La recomendación de los buenos maestros de rugby es no hablar con el adversario ni con el referee. Y está bien que así sea, ya que el referee debe hablar solamente con el capitán a menos que esté señalando situaciones para mejorar o acelerar el juego. Sin embargo y pesar de los esfuerzos a través de los años, algunas cosas han cambiado hacia la incorrección o hacia lo que no está bien, de acuerdo a lo que intentamos difundir. Porque las mismas personas que en un partido de club guardan cerrado silencio cuando un pateador intenta un kick a los palos, en un estadio cuando juega su selección chiflan y abuchean. Y vuelvo a decir que no sucede sólo por éstos lares, sino que se puede ver en los mejores estadios del mundo el pedido en inglés de respetar al pateador mientras un ruido insostenible intenta distraer al jugador que está por patear. Pasa que los de afuera creemos por un instante que jugamos, o que podemos jugar de alguna manera.
El rugby es un juego que tiene reglas y tradiciones, y algunas de éstas últimas se van borrando con el viento de los años. A esta altura debo decir que no me molesta el haka que hacen desde hace tantos años los oceánicos, pero sí me incomoda que por ese tiempo el equipo adversario sea preso de tener que mirar ese espectáculo, so pena de pagar una multa o recibir alguna suspensión. Ni siquiera podés darle la espalda. Ni mirar para otro lado.
El rugby como deporte tiene ingredientes de un alto valor deportivo, social y personal. En cualquier club que uno pise va a ver a chiquitos de todas las edades confundiéndose en jugar lo que les salga y aceptar sin más ni más que cualquiera se sume, algo que viene de la comprensión de que el juego necesita amigos y compañeros. Pero al mismo tiempo puede pasar que algunas situaciones saquen lo peor de algunas personas. Y digo esto porque cuando hablamos del “club” no nos referimos a una entidad o a los metros cuadrados que ocupa, sino a las personas que lo representan y que lo habitan de alguna u otra manera.
En las charlas que he tenido el honor de dar para explicarle a los padres noveles lo que el Club espera de ellos y de los niños que vienen a jugar rugby, siempre he remarcado que se trata de un juego en el que se puede ganar o perder, y algunas pocas veces empatar, y que el resultado es un accidente de frente a lo que pretendemos enseñar. Obviamente se compite para ganar, pero para llegar a un triunfo hay que valerse de mucho trabajo y muchas derrotas. Y también me refiero con la mayor claridad posible que tanto los chiquitos como ellos, los padres, pasan a ser representantes inequívocos de nuestro Club, donde quiera que vayan. Y eso tiene un compromiso y una responsabilidad que no se pueden eludir.
Ganar, perder empatar, resultados y números que podrían darnos grandes alegrías, que en la categoría superior se traduce como un campeonato o un ascenso de categoría, y también duras tristezas como podría ser un descenso. Y para eso también formamos a nuestros jugadores y padres, para sostener los reveses con fortaleza y festejar las alegrías con mesura, porque ambas cosas son demasiado pasajeras.
Hace una semana en un club hubo manifestaciones inequívocas de mal trato hacia los parciales del equipo visitante. Si bien yo no estuve presente y pude oír (y leer) las opiniones y ocurrencias narradas de un solo lado, los dichos que se ofrecen públicamente toman la fuerza de la comunicación hasta que haya una respuesta, o un pedido de disculpas. No sólo se trató de gritos ante el pateador (cosa que es rara todavía) sino la imposibilidad de usar una tribuna y otros maltratos que fueron expresados por una persona leal y sincera, puedo dar fe de ello, en las redes sociales. Las personas que cometieron esos actos, que no son “el club” anfitrión pero lo representan, están dando un ejemplo que sinceramente deberíamos desterrar.
El Mosca siempre nos hablaba de la dignidad que hay que tener, tanto en la victoria como en la derrota, y aunque ganar es el objetivo (y que con ese triunfo podamos infligir dolor en el adversario, sobre todo si le toca irse al descenso) es cierto que hay que ser dignos y soportar lo que nos toque soportar, sosteniendo en alto los valores que siempre nos empeñamos en decirles a todos que enseñamos en nuestros clubes. Y esos valores son precisamente el de apoyar a nuestros jugadores (porque los que se ponen la camiseta de nuestro club son nuestros mejores jugadores) sin importar lo que pase, pero sobre todo sin usar las malas artes ni algún tipo de trampa.
Me vuelve una y otra vez lo que decía Francisco Ocampo respecto a tirar la pelota derecha en el scrum, algo que ya no se hace pero que desde mi punto de vista está más referido al juego limpio y leal, de parte de los que juegan y de los que no juegan (“tírela derecho … no sea cosa que en la intimidad de su alma se dé cuenta que hizo trampa”). Y también que hay que entender y aceptar que ser parte del rugby es un regalo que no se puede ensuciar y que cuando nos visitan nuestros adversarios, están viniendo a nuestra casa y como tal, debemos ofrecerles lo mejor de nosotros, nuestra camaradería y agradecimiento por ser parte de todo este juego y estar del mismo lado que nosotros, del lado del rugby.
Y eso no sólo en el tercer tiempo, sino durante todo el tiempo que nos visiten, hayamos ganado o perdido.
O sea, siempre.
Vayan estas líneas para que todos pensemos cómo ayudar a desterrar todas esas cosas que no queremos dentro del rugby. Marcelo Mariosa
Hola Marcelo, que lindo poder coincidir con todo lo que has escrito, pero que triste es sentirse cada vez más solo (solos) con esta forma de pensar, de ser y de que cada fin de semana uno encuentre en jugadores, entrenadores, dirigentes, padres y madres y público en general , que nuestro Rugby se empaña y a veces se ensucia en lugar de sacarle el brillo que se merece y mantener vivo lo que aprendimos de chico.
Hola Tocayo, nada que agregar, como siempre, tu pluma es impecable. Comparto todo y destaco lo que decís de los All Blacks, pero no quiero desviar la atención al tema principal. Por estos día se habla, y mucho, en las redes de la «futbolización» del rugby. Es hora que volvamos a la «rugbylización» de nuestro deporte.
Abrazo grande.