A esta altura del partido, amo el Viejo Juego, ustedes ya lo saben. Amo las enseñanzas de los queridos “viejos” maestros, y siempre lo pongo al Mosca como bandera que los represente a todos. Amo la dificultad a la que te somete, porque descubro lo que hay que hacer para sobrellevarla. Amo lo que logra con los grupos, la reacción en cadena, el comportamiento de las personas. Amo el rigor físico, aún a costa de dolores y lesiones. Y, aunque no es perfecto, amo el poder residual que deja según pasan los años, cuando las diferentes camadas se van fundiendo como el oro al calor y todo termina en un hermoso menjunje humano de risas y recuerdos compartidos.
El rugby-juego ha variado bastante desde su creación con diferentes objetivos. Algunos para hacerlo más justo, otros para hacerlo más competitivo, otros para hacerlo más seguro y otros para que los de afuera, que al principio no importaban demasiado, les guste tanto como si hubieran jugado.
En las estrategias del juego se deben utilizar las habilidades de los jugadores con lo que uno cuenta. Recuerdo cuando un gran equipo jugaba el famoso “rugby 10”, porque la pelota llegaba al apertura y se terminaba el cuento. Otros equipos desplegaban el “rugby total”, que es la participación activa en mover la pelota de todo el equipo. Ambos “sistemas” y todo el abanico intermedio es rugby también.
En las bases, o sea los clubes amateurs, el rugby-social no ha cambiado mucho. Los chicos van y juegan, el que no le gusta no vuelve, todos para uno y uno para todos y repartimos los gastos. Pagamos la cuota, la ropa, la toalla, los botines y todo lo que sea necesario. Hoy por suerte a muchos primeros equipos el club les da la ropa el día del partido. Afuera de la cancha está la familia, las novias/os, los amigos y los que ya no juegan.
Pero desde hace unos cuántos años vino el rugby-trabajo y las cosas cambiaron un poco. Ya lo decía el Mosca, cuando advertía que el rugby profesional traería cambios que podrían no gustarnos, desde la mejora física por el entrenamiento dedicado y los descansos obligatorios hasta la necesidad económica de ganar o de imponerse, que podría ser parecido, pero no lo es.
Entonces, por un lado, aparecen situaciones de salud (y reclamos legales) de jugadores profesionales a la Unión Mundial por lesiones, para el caso, neurológicas. Yo imagino, desde la ignorancia médica, que ellos deben suponer que en su condición de profesionales rentados nunca pensaron en las posibles lesiones que les podrían ocurrir. Siento, quizá equivocado, que es como que los boxeadores demanden a la Federación de Box. Y digo esto entendiendo que muchas más personas que los jugadores de rugby sufren daños neurológicos por su naturaleza, es decir, sin saber bien todavía por qué.
Pero al mismo tiempo, esa usina de gestación de jugadores, los clubes amateurs, hoy sufren dos males endémicos. Por un lado, la educación de las academias, lo cual podría ser algo muy bueno (el desarrollo de mejora de los buenos jugadores) pero que el mismo esfuerzo de mejorarlos los alienta a que sean profesionales y, como en la región esa facilidad es rayana con lo imposible o irreal, lo que logra es alimentar a las diferentes divisiones de países como España, Italia y Francia, y no en los niveles más altos. Ah, sí: hay algunas posibilidades más que antes (el seven, Argentina XV con contratos temporales, etc.) pero la sensación es que se abrieron ventanas que daban a un patio cerrado. También juega la economía y posibilidad de trabajo de un país empobrecido. Claro, las clases más pudientes pueden “retener” a sus hijos con posibilidades, pero los jugadores más humildes, suelen tomar la opción de ir a jugar a cualquier lado donde haya un billete azul. Esas dos condiciones hacen que la plana de jugadores, generalmente los mejores, se vaya escurriendo hacia el viejo continente.
Entonces, ¿a dónde va el rugby argentino? El Viejo Juego del scrimmage y el mark nacional tiene sus inconvenientes, luego del corte de Jaguares XV a la competición hemisférica de la mano de una injusta pandemia. Hoy, todos los jugadores argentinos militan en Europa excepto Matera que, aun descansando, piensa en la mini temporada japonesa como una suerte de ingreso de dinero muy bueno y a la vez descanso para enfrentar el mundial. Al mismo tiempo, el resto de los jugadores Pumas se desgañita en sus diferentes ligas, dando lo mejor y con la esperanza de que puedan tener algún momento de descanso previo al mundial de Francia.
Cheika (y su staff de colaboradores encabezados por Contepomi) deberá encontrar o desarrollar mejores pilares y encontrar la pareja 9-10 que brinde un alto nivel de juego, mientras Carreras juega de 11 en su equipo. Mientras tanto, los futuros mejores jugadores del país hacen las valijas todos los días.
Al mismo tiempo, escuchaba en el tren una conversación que lo aclara todo, cuando charlaban dos hombres y uno de ellos, Gaby, le dice al otro que necesita ayuda. El segundo, Guillermo, le dice que sí, que lo va a ayudar, pero que “tenía que encontrar un modelo de negocio”. Y bueno, sí, hay que aceptarlo: el rugby también se trata de un negocio, de crecimiento, de dinero, de espónsores, de gente viendo los partidos en vivo o por alguna plataforma, y la plata va … pero a los clubes que regalan su trabajo formativo sólo les toca las bolsas de semillas no muy buenas que envían desde las Uniones. Y a veces, ni siquiera eso.
El rugby es una herramienta formativa de las mejores. Y debe desarrollarse, para ampliar la base. Eso no quiere decir hacer mejores a los mejores jugadores sino encontrar la forma de compensar la pérdida de interés de las nuevas camadas por el deporte en general, la baja de jugadores que dejaron tras dos años erráticos y la fuga de algunos no tantos que igualmente hacen disminuir el volumen y la calidad del juego. Crecer es llevar el rugby a todos lados con similares posibilidades, mejorar el referato, dar herramientas para comprender el juego, ofrecer soluciones para los que las necesitan y que más gente se interese por el juego, sus reglas escritas y las que nunca se escribieron, pero que tiene la fuerza y la vigencia de siempre.
Porque, como decía el Mosca, en el rugby si vos querés lastimar a alguno, podrías hacerlo, pero por suerte, prácticamente eso no ocurre.
Y si no ocurre, es por algo, ¿no?
Marcelo Mariosa