Ya casi todos saben que vi la luz del día en la avenida Independencia casi esquina 25 de Mayo, en mi siempre presente pueblito costero y que el rugby me vino por ósmosis, en cada asado de domingo en Parque Camet y en los días de “gimnasia” cuando el profesor Alvear, además de hacer todo tipo de desarrollo físico, nos daba unas pelotas de rugby número 3 de color blanco y cuero ajado por el agua y el frío y nosotros íbamos de acá para allá girando como elefantes queriendo rascarse el lomo para pasarnos la pelota.
Yo no sé, pero imaginen conmigo que, en Mar del Plata, mi pueblito (hoy enorme y hermosa ciudad) habitarían 200.000 personas. No sé, digamos, porque el último censo arrojó 662 mil y algunos más sin contar los perros abandonados, que eran bastantes y ahora son muchos más. En ese ámbito, todo era controlado: éramos pocos y nadie se escapaba de lo que había que hacer. Luego la sociedad, el comportamiento de las personas, la actitud de los padres, la tecnología, la alimentación, las libertades y otras yerbas secas más, hicieron que nada sea igual, de la misma manera que las cosas fueron evolucionando o involucionando (o saliéndose de lo deseado) desde que el mundo es mundo y los hombres primitivos comenzaron a comer carne.
El Mosca, desde su imaginario real y escabroso, decía hace muchos años cuánto cambiaría el rugby con el profesionalismo, y solía explicar que, si en el entretiempo de un partido de fútbol de los más populares metían 15 minutos de rugby, las masas se volverían locas, aún sin entender lo que estaba pasando. Si bien eso no ha pasado, el negocio del rugby empuja que cada vez más se intente popularizar un deporte que no es tan popular como otros en algunos países, y que vivía muy amigablemente entre los amateurs que practicábamos el moderno “harpastum”.
Pero nadie, creo yo, tuvo en cuenta la evolución de las sociedades, sobre todos las occidentales, que son gran parte de la mancomunidad de rugby. Entonces, ya no sólo el rugby compite en mantener sus adeptos y generar nuevos con deportes de similar antigüedad, sino que aparecieron deportes modernos y al final del nuevo camino, los e-games, una suerte de deporte sin deporte donde hasta las universidades del mundo otorgan becas a este tipo de jóvenes que se sientan en un sillón super cómodo a mover sus dedos. Y eso es todo.
Toda esta elipticidad, nos lleva en parte a algunas cosas que ya empezaron a pasar en el rugby vernáculo en virtud de lo que varios hemos llamado “futbolización”, entendiendo la popularidad y pasión sin demasiados límites que provoca el deporte de la pelota redonda. Y con esto aparecen los grupitos de “hinchas” de los clubes de rugby amateur argentino (no hacía falta que hiciera esa aclaración) que cantan las canciones agresivas que se entonan en los estadios de fútbol y que el INADI intenta retrotraer con suspensiones y restricciones, cosa difícil realmente.
Durante las finales de la URBA, con alrededor de 10 mil personas en la cancha cada día, siempre es bello decir que no había policías a la vista (excepto los de Tránsito para asegurar que el barrio no entre en una locura por la invasión). Y eso siempre es una buena noticia. Pero eso no quiere decir que haya sido perfecto. Y eso es debido a que algunos desaforados, solos o en banda, han ejercido los malos hábitos de la violencia oral, ya no sólo en cantos, sino en burlas que están fuera de lugar en lo que a la tradición del rugby refiere. Y en ese lugar no le podemos echar la culpa a Unión alguna, aunque sí le quepa las sanciones que correspondan.
Es que queda en los clubes, aliados con las familias, poder encausar a sus propios gladiadores y volver las viejas fuentes de la educación, esa que incluye respetar al referee, al adversario y a los espectadores, algo que se va perdiendo sin prisa y sin pausa, pero que no se resuelve con un cartel a la entrada del Club o del campo de juego, sino que hay que actuar en consecuencia. Los cantos discriminatorios y xenófobos deben ser erradicados de las canchas y clubes de rugby y las actitudes violentas o agresivas de parte de la familia del rugby hacia cualquiera deben dejar de existir. ¿Dónde se resuelve eso? Adentro de cada Club, entre las familias y los amigos. Pero para que se resuelva, hay que trabajar puertas adentro. No hay otra forma. Explicar una y otra vez hasta que se entienda.
¿Y las Uniones? A las uniones les compete lo deportivo y el comportamiento de las personas de sus clubes afiliados dentro de los espacios de competencia (juego y lugar) y penalizar lo que considera inadecuado y fuera de las reglas según lo considere, siendo justos en casos y modos. Y al mismo tiempo, ver de qué manera puede colaborar con los clubes amateurs, que son el verdadero motor del juego, son los que ceden a sus jugadores noveles a las Academias (y los pierden para sus competencias) y los que no reciben más que algunas semillas que, como he dicho por ahí, no son las mejores.
Dentro de mi corazón, sentir que los Clubes de país van perdiendo el camino que tantos años nos llevó transitar, tantos buenos y viejos amigos que están y otros que han partido regalando parte de sus vidas para enseñar el Viejo Juego (y lo demás, bien vale decirlo) sólo genera desconcierto, y creo que estamos a tiempo de que cada uno desde su lugar y cada Club desde sus entrañas se proponga al menos mirar para adentro, volver a explicar, volver a enseñar y volver, si fuera posible, a ese respeto que se viene perdiendo hace tiempo, ya no sólo en los cantos de las tribunas, sino de parte de una sociedad infanto-juvenil que vive con mayor facilidad las amenazas, las cosas permitidas que antes no se permitían y las libertades que no son tales cuando chocan contra la libertad ajena y la violencia, cualquiera sea la forma.
Si queremos mejorar el país, empecemos por casa.
Quizá no sea tarde.
Marcelo Mariosa