Por alguna razón que uno puede conocer o no, las antiguas estatuas eran hechas de bronce, que viene a ser una aleación de cobre y estaño, y eso debe ser lo único que recuerdo de Química de tercero que me la llevé a diciembre por “ausente” y me salvó la de Física que me amaba, digámoslo, literalmente debido a que yo era un alumno serio, educado y de buenas formas.
El bronce es una distinción que baña la historia de algunos pocos, ya que ahora las estatuas se hacen con latón o una mezcla que lo incluye y que agrega aluminio y otros metales livianos.
Pero también el bronce distingue a los deportistas que, en los juegos olímpicos, o pana y sudamericanos, logran el tercer puesto en su disciplina. Muchas veces he oído la poca importancia que se le da a una distinción tan grandiosa como salir tercero y simplemente habrá que pesar en la debida balanza lo que somos capaces de hacer, cuánto nos ha costado el logro y el sacrificio realizado para lograr el máximo de lo que podemos dar. Y también están las circunstancias, ya que se trata de una competencia y aunque claramente no es lo mismo una posición que otra, hay que darle el justo valor. Siempre.
Veía en algunos deportes el cariño por recibir su diploma olímpico, reservado a aquéllos que han quedado fuera del podio (hasta el 8vo puesto) o para los deportes por equipos, a los que arribaron a cuartos de final, y en ese documento consta el nombre del deportista y su disciplina. Menudo orgullo.
Los Pumas VII han ido a Japón enarbolando las banderas del sacrificio, la entrega y la comprensión de un juego que no sólo requiere destrezas sino espíritu de cuerpo y un físico privilegiado. Esos Pumas VII, que hace pocas semanas lograron una de las fechas de la serie (Vancouver) y se han instalado entre los mejores equipos del mundo de la mano de Santiago Gómez Cora y un equipo de profesionales que trabaja junto a él.
Pero yo hablaba de esa presea cobriza, que hemos disfrutado a través de la televisión o miles de fotos, que tanto orgullo nos ha causado a todos, y especialmente a aquéllos que hemos jugado rugby de 7 y hemos sufrido en el físico el desgaste que produce.
Hace unos pocos días entraron ladrones en la casa de Felipe del Mestre y se llevaron muchas cosas, seguramente remplazables, aunque podríamos hablar de dinero que quizá no haya. Pero estos malvados fuera de la ley y que “trabajan” de robar (y de los que tanto cuesta defenderse) se llevaron la medalla de bronce de Felipe. No hace falta que yo hable precisamente de alguien que conozco muy bien, a él y a su encantadora familia, porque se va a notar mi predilección. Sólo me voy a enfocar en el robo de algo que no es posible reemplazar, ni comprándola. Es algo así como que te hayan robado un pedazo del corazón y quizá lo peor es que quién se la haya llevado no tenga ni idea del significado ni del esfuerzo, ni de su valor que no lo tiene si no fuera por el logro, porque hoy 450 gramos de cobre (95% de cobre y 5% de zinc) vale $400 (dije bien, cuatrocientos pesos) pero el valor del corazón y del logro no puede mediré ni en dinero ni en ninguna otra cosa materia.
Sí, yo sé que las fotos del alma nunca se las van a poder robar y quizá estos malvados amigos de lo ajeno y del no trabajo puedan haber fundido ese cachito de cobre con una figura tallada, pero ya saben, si llegan a enterarse de algo, si saben si alguien está vendiendo algo así, o lo que puedan saber no dejen de avisarme, porque habrá que hacer lo imposible para que esa presea duerma en las manos de quién la consiguió por derecha y con su esfuerzo, y no rompiendo una puerta de una casa de otro.
Felipe del Mestre, medalla de bronce en Japón 2021, junto a sus increíbles compañeros, va a estar agradecido y muy si logramos que ese merecido premio vuelva a sus manos.
Marcelo Mariosa