
Siempre digo que a medida que pasan los años todo cambia sin que cambie nada. Pero lejos han quedado esos partidos internacionales donde los más chiquitos se sentaban en manadas adentro del campo de juego, apoyados contra el alambrado, mientras miles y miles de adultos ocupaban un estadio. Para los que no sabían tal historia, seguro les parece algo que jamás debería haber ocurrido, por lo peligroso. Pero era así nomás. Y cuando terminaba el partido, cientos y cientos de gurrumines corrían hacia el campo de juego para tocar a sus ídolos y se podía ver esa invasión infantil y no tanto, como una demostración de admiración y cariño hacia los jugadores. Eran años donde el “bordereau” (como decía mi viejito) contaba muchos más asistentes al estadio de los que supuestamente podían ingresar. Es que nadie quería perderse un espectáculo cuando no había televisión y el diario de mañana traía una noticia tardía. Todo eso ha cambiado y mucho.
Al mismo tiempo, la pelota se sigue pasando para atrás, los kicks altos tienen una dificultad natural es ser tomados, los tackles siguen estando y, sobre todo, sobreviven las dos leyes que le dieron la identidad natal al rugby, la nueve y la diez, que vienen a ser la regla del tackle y la del “mark”.
Hace unos pocos días, Tommy de Vedia escribió una muy linda nota en un importante diario nacional sobre que la Argentina tiene el rugby más fuerte del mundo. Claro, las palabras y la lectura tienen a veces esquinas engañosas, y me permito “posarme” sobre su trabajo para hacer algunos comentarios que quisiera ampliar, exponer y hasta hacer alguna pequeña corrección. ¿Tenemos el rugby más fuerte del mundo? Bueno, en principio, los números del ranking dicen que no. Si miramos el “puesto por puesto” quizá no estemos tan lejos, pero todavía falta construir mucho mejor algunas posiciones de Los Pumas, que son los que determinan nuestra valía a nivel internacional. Luego viene el nivel de juego profesional y el amateur, para compararlo con el país que queramos, y ahí se abre la flor de la canela.
Yo no quiero ponerme de «traste» con la publicación del bueno de Tomás, primero porque es hijo del Loco De Vedia (Tacho), porque es coach de neurociencia aplicada al alto rendimiento, es comentarista de ESPN, escribe poemas (dice Clarín que a veces miente), pero, sobre todo, porque es sobrino de los Rosales de mi Club, y si les critico al nene en una de ésas se me arma, y porque yo jugué con el tío Panchito, el único deportista del mundo que tenía músculos donde los demás no teníamos. Pero la verdad verdadera, es que el texto del joven ex jugador tiene algunos dimes y diretes que me gustaría comentar. Primero, pueden decir que me mueve la envidia y algo debe haber, porque él logró realizar muchas de las cosas que me apasionan y vivir de ello. Yo sin embargo sigo renegando con los números, los negocios, los acuerdos, los contratos y otras desgracias personales que de alguna manera llenan la alcancía que uso para pagar las cuentas. No, por favor no piensen en un chanchito de cerámica.
Para empezar a diferenciarme de la nota, y todo por culpa de mi fecha de nacimiento, yo crecí adorando a los dorados ochentosos de Gales, que llenaban mis ojos con todo eso que yo llamo belleza del juego. Con la pelota en las manos eran hermosos. También el joven de Vedia tenía (tiene) esa locura verticalista muy típica del SIC, casi rayana con la locura, que en parte me gusta y que respeto mucho, pero para mí es como «too much».
Lo que sigue es muy de «nerd» de rugby: en la gira de los All Blacks denominados Originales (1905), los de negro, que llevaron ese color de camiseta en esa primera gira internacional «overseas» debido a que no tenían camisetas de recambio y había que cuidar la pilcha y mucho (“éramos tan pobres” decía alguien), sobre todo cuando a veces no se podían lavar, así que eligieron el color más escondedor posible. En esa gira que duró 3 meses, los muchachos oceánicos se entrenaban en el barco, en las dos semanas de duración del viaje, en un navío llamado Rimutaka que dio en hacer escala, entre otros puertos, en Montevideo. Hasta acá todo bien, excepto que, de los 35 partidos jugados, sólo ganaron 34 y perdieron uno, en Arms Park contra Gales por 3 a 0 el 16 de diciembre de 1905 ante 47.000 espectadores. El problema deviene en que aún hoy hay discusiones sobre esa gira debido a que un supuesto try de los neocelandeses no fue concedido y claro, no había TMO ni nada. El try, reclamado como válido post partido mantiene entre los puristas una discusión de validez sobre el historial de la gira pero en la chapa final de aquél día quedó el 3-0 en favor de los locales.
El try valía 3, la conversión 2, el drop siempre sumaba de a 3 igual que los penales y los All Blacks formaron su scrum 2-3-2 (sí, sí, leyeron bien) y los galeses, que llegaron a sus test matches sabiendo este «asuntito», se ocuparon de establecer una «triquiñuela» que le permitió que en cada scrum a favor de los neocelandeses, éstos cometieran una infracción (al entrar, los galeses «metían» a los pilares de negro como interiores, sin un externo o «cabeza suelta» como es hoy el 1, y entonces al ingresar la pelota cometían una infracción). La respuesta a esa acción fue la decisión del capitán de los de negro, Gallaher, de dejar que los de Rojo ganaran todas las pelotas.
Pero vayamos al meollo del asunto. ¿Qué le pasa a Nueva Zelanda con sus jugadores noveles? Bueno, para eso, pueden ir mirando al rugby australiano, y con ellos, el errado diagnóstico de la WR sobre el crecimiento del juego. El juego crece si hay más jugadores o, si al menos, no disminuye la cantidad de los jugadores que tenemos. Es como la vida misma. Si tenés la misma cantidad de hijos que las personas que fallecen, vas a tener la misma población. Pero el rugby no sólo compite con el dinero, sino que compite con las pocas ganas que tienen muchos jóvenes de golpearse un poco, y prefieren quedarse sacudiendo la cabeza con un auricular, usando la Play Station y viendo su IPhone. NZ es un país como Uruguay, con 4 millones de habitantes, y en la medida que esa locura por jugar rugby, el deporte nacional, se apague un poco, van a enfrentar problemas. Recuerden también que ellos, como algunos otros países, «nacionalizan» a isleños porque juegan bien y de esa manera agrandan su base de jugadores de nivel. Y, además, debido al Poderoso Caballero Don Dinero, los propios seleccionado o mejores jugadores marchan buscando menos stress, menos golpes y más dinero. Claro, ser All Black en Nueva Zelanda es algo así como ser un prócer nacional y popular, una alta graduación académica, pero eso va decayendo. Y ahí comienzan a aparecer las banderas de una posible decadencia futura, que aún está entre las tinieblas.
Y entonces, ¿qué pasa en la Argentina? En nuestra cultura latina, todo este aprendizaje de comportamiento social de equipo, de entregarse, de darlo todo, de ser respetuoso, de soportar el dolor y otras muchas yerbas con palo, es, de alguna manera, algo que sumamos a nuestra naturaleza quejosa y triunfalista. Al mismo tiempo, el esfuerzo de Los Pumas en donde jueguen, sus modernos inventos para acercarse a los mejores y ese comportamiento nacido en los clubes amateurs, los convierte en una figura a imitar. Sumale que Los Pumas 7s están en un camino impresionante y que espero que dura para siempre, aunque eso sea un imposible, y que el amigo Oderigo mostró ese costado que el rugby también puede ofrecer, es una especie de ensalada muy apetecible para los tiempos que corren. Mi vecino del piso de abajo de casa, 15 años, físico que promete, no tiene tradición familiar de rugby. De repente y por obra y gracia de sus amigos, el tipo aparece en San Cirano y se enamora del juego. Pero eso no es todo, sus padres se enamoran de la gente que rodea el juego. Nada que no tengamos o que no pase en otros clubes. Pero ahí está la llave, en los amigos de los chicos, en esa «manadita» que te arrastra con cariño a tirarte a piso para derribar a otro y bancarte los golpes que te lleguen. Ahí está el agujero del Cocacolero. El rugby sigue siendo en la Argentina algo que algunos quieren sumar y algunos padres se permiten “permitir”. ¿Por qué? Porque suena a algo bueno. Claro que hay de los otros, los que creen que es un deporte de chetos, de golpeadores o de elitistas. De ignorantes estamos llenos y siempre existirán, y la última te la dejo, porque se trata de una elite buena, de deporte, de club, de contención y pertenencia. Ah, sí, no es perfecto, no es para todos, pero, si querés, suma.
Las cenas de los jueves por los clubes, de los viejos que ya no juegan, es parte de cosas que los chicos ven, y aunque sean «los viejos», ellos añoran también a que les pase eso llegado el momento, aunque cuando son jóvenes sean inmortales. Adhiero hasta el final de los días a lo que transcribe Tommy sobre lo escrito por Daniel Kahneman, sobre que somos mucho más emocionales que racionales. Y eso, queridos amigos, si podemos aprender a transitar la razón con emociones, estaremos donde muchos quisieran estar. Porque de emociones estamos allá arriba, un poco más arriba que todos. Dice Tommy no explícitamente y estoy de acuerdo, que el capital más groso que tiene el rugby argentino son sus 200 clubes amateurs, que sufren los costos de todo, ven como se les marchan los mejores jugadores y sin embargo miles de voluntarios vuelven a levantar una y otra vez las paredes que albergan todo ese amor que tenemos por el Viejo Juego. Y sí, si quieren saber, cuando juega Pucará y transmitimos por “streaming” tenemos 1000 personas que nos ven en vivo, pero al final, conseguimos más de 7 mil visualizaciones en cada partido. Y eso ocurre en casi todos los clubes, porque el que no puede ir el sábado al Club por la razón que sea, quiere estar cerca porque se siente “adentro”. Y eso también es parte de lo que somos.
Somos muchos los que amamos el Viejo Juego, que nos regodeamos con los colores de la camiseta, que seguimos jugando desde algún lugar que no es el campo de juego y que la noche previa a un gran partido nos cuesta dormir y nos vamos, nerviosos y temprano, rumbo al Club para matar la ansiedad con los amigos y a esperar el silbato de las tres y media, o quizá los que ocurren un rato antes. Son muchos los que se levantan temprano para llevar a sus chicos al Club, mientras otros se levantan temprano para recibirlos y enseñarles a divertirse con una pelota que no pica derecho. Y ahí radica el secreto mejor guardado del rugby argentino.
¿Podremos llegar al tope del ranking? Hay algunas piedras en nuestro camino que dificultan tal logro, reservado para aquéllos que pueden competir con más asiduidad, tener una base de jugadores mayores de buen nivel jugando “en casa” y otros asuntos que se nos hacen cuesta arriba debido a la ubicación física que el Buen Dios nos otorgó en el mundo respecto de los países “fundadores”, pero no pierdo las esperanzas, aunque, de verdad, eso no es lo importante. Lo más importante esta cerca de casa y tiene nuestros colores en el pecho.
Ya lo decía el Mosca, “son arcilla en mis manos” y es cierto. Todos esos ciento cincuenta mil jugadores que tenemos a lo largo y a lo ancho del país fueron formados por corazones generosos. Y esa es la clave del rugby argentino. Y no otra cosa.
Marcelo Mariosa
Excelente nota, Negro!!!!!!!!!!
Tal vez, esa posición geográfica tan aislada, ayudó a moldear nuestro ecosistema rugbístco… de haber estado mas cerca del epicentro, nos correrían las generales de la ley. Y no se si eso hubiese bueno. Nuestro rugby es un fenómeno digno de ser valorado y agradecido.
!! COMO DICE MARCELO .M : «» ELRUGBY ES AMOR Y POR ESO NOS ENAMORAMOS «» !!
Negro excelente!!!👍🏉
Maravilloso Negro querido. Comparto tu pasión. Abrazo
Excelente nota…también la de De Vedia…así es como se estructura el rugby en Nueva Zelanda…quizás, sin tantos clubes amateurs como nosotros, pero si, más colegios, que lo practican y aportan a las franquicias…