
El rugby tiene, en su concepción, la máxima de que el juego se juega mientras no suene el silbato del referee indicando, precisamente, que hay que detener el juego. También es verdad que la velocidad de lo que ocurre, la intervención de los cuerpos en el contacto y la adrenalina conjuran para que algunas veces haya momentos que podrían ser complicados si todos juntos no entendiéramos que se trata de un juego de exposición física. A veces pasa que la furia nos domina y buscamos excedernos, pero ocurre muy poco, por suerte.
Más allá del juego, sin importar el nivel, lo que queda en el tamiz son los recuerdos, algunos dolores, muchos amigos y más conocidos con buenos momentos compartidos. En cada reunión que nos junta con cualquier motivo aparecen las risas, se reviven momentos y se llena el alma de muchas cosas buenas, esas que te hacen sonreír cuando vas volviendo a casa tarde en la noche, a la misma hora que esperábamos el último colectivo 500 en la ruta, para que nos vaya dejando por el camino.
El rugby creció y crece de una manera desbocada, ya que los hitos que dispararon algunos picos de crecimiento se encontraron con que no existía la cantidad de gente capacitada para que los jugadores aprendieran todo lo necesario. Es que, en los años del Mosca o antes, éramos pocos, pero ahora hay muchos chicos y consecuentemente muchos abandonos o jóvenes que emigran detrás de una pelota de rugby. El país ayuda a que los jugadores emigren, el deporte amateur no ayuda si no te alcanza para jugar y vivir (y acá digo jugar como el costo que conlleva, que puede ser menor o mayor) y las familias no siempre pueden sostener el “vicio” del rugby. Otros migrantes lo hacen hacia la oportunidad de vivir afuera del país por un tiempo, conocer otras culturas y pasear un poco, aunque la vida sigue y son las decisiones las que te marcan el camino.
Hoy el rugby compite contra las redes, el “gaming” y los sillones que cada uno tiene en su casa. Aún así, la pasión no cesa y pareciera que esos jugadores amateurs que recibieron instrucción de entrenadores amateurs pueden descollar y jugar en el más alto nivel profesional. ¿Cuántos? Bueno, podríamos decir 50 de un total de 100.000 jugadores que hacen el rugby de todo el país. Si queremos ser un poco más precisos, podríamos decir que el 1% del total del país de los jugadores que juegan en sus primeros equipos de club (unos 500 aproximadamente) se fue a jugar a Europa a un equipo de buen nivel. Pero hay muchísimos más que se fueron por los famosos “1200 euros” más casa compartida y otros pequeños beneficios.
Mientras todo esto pasa, Los Pumas siguen dando pasos pequeños pero seguros en crecer como equipo y como manifestación de juego, lo cual es algo fantástico pensando que estamos lejos, en distancia, de los que juegan al mejor nivel, que a nuestros “amigos” del Rugby Championship no les gusta viajar tanto y tan lejos (y los dos equipos más fuertes dejarán al RCH por la mitad para enfrentarse entre ellos) siendo que fue la nutrida agenda internacional lo que logró mejorar en lo grupal y en lo particular.
Mientras la WR se debate entre qué hacer con el scrum y no perder los negocios televisivos y de asistencia, además de intentar hacer crecer el público en países donde el rugby es muy pequeño como Estados Unidos, por ejemplo, la cantidad de partidos a que son sometidos los jugadores esta al borde de lo brutal. Y es hora de pensar en eso, en los jugadores. Todos queremos ver a Los Pumas bien arriba en el ranking mundial, pero también debemos entender el esfuerzo que se hace desde un país como el nuestro que las cosas no son fáciles ni económicas.
Mientras tanto, en los clubes de Argentina, los que juegan se entrenan casi como profesionales (muchos sin los descansos necesarios, llevando sus cuerpos al límite) en clubes amateurs que se sostienen gracias a la buena voluntad de los socios, siendo muchos de ellos ex jugadores y allegados que no hacen mucho más que ir a ver partidos o usar el bar, y sin recibir dineros, por el caso, aquéllos que son transmitidos por la televisión. También hay espónsores, claro, pero ellos entienden que el público que asiste a ver los partidos es muy bajo, por lo que se trata más de un apoyo unilateral que de una verdadera acción de marketing.
Al mismo tiempo, los que ya no jugamos y seguimos estando, lo hacemos por amor al Viejo Juego, a los colores, y a todos los amigos con los que hemos compartido camiseta o campo de juego, ya sin importar la camada de cada uno, porque según pasan los años, los limites se desdibujan y estamos todos del mismo lado.
Como parte de esto, quiero dejar mi recuerdo por la partida muy inesperada de Hernán Campana, un querido amigo de quién me tocó ser su joven entrenador cuando era niño y al final de mis minutos junto al rugby del lado de adentro de la línea de cal, su compañero de equipo. Su partida nos causó a mucho un fuerte dolor, aun entendiendo que al nacer sabemos que vamos a partir o “ir de gira”, como prefieren decir los de la Agrupación Veteran Rugbiers, porque su sonrisa contagiosa y su don de gentes eran una constante donde estuviera. Sus amigos tuvimos la dicha de compartir una cena la semana anterior a su fallecimiento, lo que nos permitió compartir con él un buen rato de rugby y amistad, y dejarnos un recuerdo reciente de su persona.
Y les cuento esto para que tengamos presente que no sabemos cuándo nos suena la campana, por lo que los esperamos a todos, cada uno en su club, para seguir estando, para reír, para recordar, para pasar buenos momentos, para apoyar al equipo donde uno jugó o donde juegan sus hijos, porque el rugby sigue siendo el factor de unión que nos mantiene a todos enlazados, hasta que llegue el momento de irse. Y, según yo creo, después también.
Un abrazo, y nos vemos en el Club.
Marcelo Mariosa
Hola Marcelo. Los muchachos del otro lado del charco, nunca nos vieron con buenas caras, menos ahora que les mojamos la oreja. Así que en cualquier momento, tendremos que emigrar a Europa, para integrar alguna franquicia, tipo seis naciones. Sd2