
Por supuesto que los que nos enamoramos del Viejo Juego a veces podemos perder un poquito los estribos y la cabeza sólo apunta al in-goal contrario. Pero del lado de afuera de las barandas pasan cosas. Pasa la vida.
Y la vida es eso que va ocurriendo mientras estamos ocupados haciendo planes (frase atribuida a John Lennon). Pero, aunque ya estamos sobre la ventana de julio, tenemos mucho rugby para adelante, tenemos medio año de los torneos locales, pero, si paramos un momento, nada de eso importa. Nada. Ni un poquito. No hablemos hoy de rugby, porque no es importante. De verdad, hoy no es importante.
Se nos murió un pibe. Se murió uno de nuestros pibes. Lo primero que me aparece en la mente, como padre, es un dolor inconmensurable, imposible de sostener, y me toca acompañar desde donde sea a unos padres que no sé si podrán reponerse de tanto dolor.
Uriel Larragueta, 19 años, jugador del Club San Albano, capitán de su equipo, decidió acabar con su vida. Ya no importan las razones, no importa nada. De repente, una visión errónea de los que sea que le haya pasado y una vida joven y promisoria se troncha, así, de un portazo. Es difícil decir algo, solo acompañar a toda su familia primero, a sus amigos que seguro deben estar consternados y al dolor de todo un club amigo. Justamente San Albano que es un club muy familiar.
Estoy seguro que no hubo señales, pero quiero pararme en este punto para prender luces en la oscuridad y tomar este triste ejemplo para abordar una problemática que excede el ámbito del rugby, quizá un deporte de unión y contención mucho más que otros. Es que los jóvenes, por diversas razones (costumbres modernas, tecnología, usos y modalidades) son diferentes a otras épocas y no son ni tan dóciles ni tan “protegidos” como éramos antes. No quiero decir con esto que los padres de Uriel no hayan cumplido con sus roles, o se les haya escapado algo, porque no los conozco y deben estar navegando un mar terrible y sombrío. Mi acompañamiento sincero para ellos, aunque el dolor debe ser insostenible.
Es tiempo de acercarse a los chicos, más que antes. Es hora de unirse entre mayores y menores para ir resolviendo cosas que están pasando y que no hay que dejar pasar. Y me refiero a todo, desde apuestas, drogas sociales, malas compañías y malas decisiones. Siempre hemos confiado en que los maestros de rugby podían cooperar en la enseñanza de cosas que no pasan por el colegio o por la familia, que es ese espíritu de cuerpo y pertenencia que no te permite “caer” y si caes, te ayuda a levantarte.
Pero la psicología social avanza a más velocidad de la que todos podemos asimilar, y eso es algo que tenemos que tratar de resolver, entre todos, y cada uno en su lugar. Que este dolor que sufre esta familia, y nosotros junto a ellos, sea para que todos podamos entender y aprender a ayudar a todos, chicos y grandes, tendiéndonos una mano. Y sí, a veces no es posible, porque podría pasar que alguien tome una decisión intempestiva o que simplemente esconda todo el dolor de este sufriendo para que nadie pueda saber lo que le pasa.
Quizá, la partida de Uriel nos enseñe algo.
Pero eso va a ocurrir, si muchos abrimos los ojos.
Para los Larragueta, todo el amor y la luz.
Para los demás, hay cosas para hacer.
Marcelo Mariosa
Fuiste muy claro Marcelito, como siempre.
El dolor se atraviesa, se elabora el duelo, pero la tristeza, esa que se refleja en el rostro y en el alma. Esa tristeza no se va nunca más.
Abrazo a esa familia y a ese angelito que lo cuide Dios
Siempre la palabra justa, que lindo es tenerte de amigos!!!!
Cuanto dolor y tristeza
Muy doloroso.
No hay palabras en estos momentos, pero agradezco tus letras, que nos llevan a reflexionar.
Abrazo «Piñon»
Un dolor terrible, que no por ajeno, duele menos. No puedo imaginar lo que están pasando esos padres. Solo puedo decirles que comparto su pena, ante lo injusta que es esta desaparición. Les deseo toda la fuerza para que puedan enfrentar esta terrible situación.
Nada para agregar.