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En general, cuando desgrano ideas, últimamente pongo mi proa hacia la defensa a ultranza de los clubes amateurs, usina innegable de los jugadores de rugby que, dicho sea de paso, la calidad de los mismos no se aferra a una localidad y ni siquiera a los clubes tradicionales de rugby. A pesar de algunas voces “viejas” que le endilgan a los clubes de la URBA como que siempre copan la parada de las selecciones, cosa que no comparto, si metemos números allí, también es verdad que Buenos Aires “carga” (y no es fácil) con casi 100 clubes afiliados y una cantidad de nuevas sociedades como conforman el rugby social. Pero al final del camino, y a pesar de ciertas y naturales disidencias de cómo debería formar el mejor equipo argentino, seguro que están los mejores jugadores y no vamos a escapar que debe haber en el país 4 millones de “técnicos” de rugby para formar el seleccionado, cada uno con su dime y su direte.
En una de mis siempre agradables charlas con el “Torpe” Stablo, entrañable amigo de muchos años de habernos enfrentado casi sin saberlo (es que a pesar de que la palabra me sale fácil, luego de los partidos tiene un largo rato de ser un “ermitaño”, hasta que calmaba mis propias ansiedades del juego), pero por sobre todas las cosas porque entendimos lo mismo del Viejo Juego, me señalaba con su dedo campesino que me venía repitiendo sobre el tema, y le debo dar la razón, porque la tiene, y porque era un pilar que empujaba como un burro, y eso también vale en mi corazón por la nobleza que conlleva. Hablemos un poco del juego de rugby.
Existe un buen libro de un buen amigo que dice “No Hablemos de Rugby” (Jorge Piñeiro @nohablemosderugby9) que habla de la comunicación, algo indispensable para lo que significa enseñar y transmitir y, partiendo de ese concepto, nosotros sí hablemos un poco de rugby.
Cuando empecé a jugar rugby, el Mosca mismo ya estaba dejando de impulsar en su enseñanza el “ariete” que era la cabeza que, impulsada por el propio cuerpo, debía avasallar el medio del pecho del adversario, una suerte de boxeo donde solo el que llevaba la pelota podía hacerlo y que provocaba en el adversario un retroceso casi continuo si, en medio de esa batalla física, el ataque podía pasarse la pelota en una suerte de complicada continuidad. En esos años ya aparecía Pierre Villepreux (cantón de Lubersac, Francia, 5 de julio de 1943) explicando que había que atacar los espacios en lugar de chocar contra los esternones. Nada más obvio, pero, hay que entender el proceso de la evolución del rugby como juego, como desarrollo de destrezas y como táctica para llevar adelante el ataque y la defensa, que conforman la estrategia del rugby.
Pero cada vez que se ajusta un tornillo en la mesa, alguno se afloja. Hoy armar un scrum termina siendo un pequeño suplicio para los observadores, porque cuando estás ahí adentro, no te das cuenta de lo que ocurre en términos de continuidad de juego. El común reseteo del scrum va en contra de lo que la gente vino a ver, que es la batalla por la consecución de la pelota y los despliegues con la misma (ataque) o sin ella (defensa). El scrum ha perdido la esencia de la disputa leal y real, y se ha convertido en una suerte de posición para generar faltas leves o graves (free kicks o penales) que pueden torcer un partido. Es decir, no ha perdido importancia, sí ha perdido la esencia. Los equipos deben continuar desarrollando las técnicas necesarias, pero con distintas formas y objetivos. Cada penal conseguido en un scrum se festeja casi como un try, y alguna razón hay en eso. No voy a mencionar el motivo que llevó a la IRB en su momento y hoy WR a ingresar la pelota torcida en el scrum, porque no hay una explicación válida y razonable para tal cosa.
Luego viene el line, que, desde que se permitió el uso del “ascensor” se puede ver con mayor limpieza el devenir de la pelota y un poco más de claridad en el desarrollo del juego que sigue. A pesar de eso, hasta en los mejores equipos, a veces la pelota se arroja torcida, y eso es parte del juego, de algo que puede pasar. Pero se permite una especie de “danza” previa donde el equipo lanzador se reúne y se consulta a dónde van a arrojar la pelota, y una vez conversado el tema, se dirigen con calma hacia el line out, enviando a un mensajero a advertirle al lanzador que es lo que decidió el grupo. Todo eso es perder el tiempo. Nosotros usábamos señas, ya sea con las manos, los pies o las palabras, e íbamos directo al line, que tardaba en formarse lo que demoraba la pelota en estar en las manos del lanzador. Tampoco voy a hablar de lo que ocurre en el line un segundo antes de que la pelota comience su vuelo: un bailoteo con jugadores que se separan, casi al borde de una ilegalidad que hoy no se cobra.
Luego sí toca hablar de los movimientos del juego, o, como dicen ahora, el “plan”. Y allí van los jugadores tratando de cumplir lo que el entrenador o cuerpo técnico les piden que hagan y lo que entrenan en la semana, siendo que muchas veces ese plan diseñado no funciona. El rugby no es una regla de cálculo donde 2+2 es cuatro, sino que tiene muchas variantes, y muchas veces hay que salirse del plan, porque esa tarde no funciona, y, para jugar al rugby en serio, que es advertir cuál es la debilidad estructural o física del adversario para presionar por ahí, hay que llevarlos hacia atrás y encontrar aquello que el Mosca nos decía hace tantos años, “que sobre uno”.
Para eso, hay que enseñarles a los jugadores a entender el juego, a que la toma de decisiones es importante pero que muchas veces es necesario tener una paleta amplia de colores para pintar un cuadro, porque saber qué hacer en cada momento es lo más difícil del juego. Y lo más bello.
Puede fallar, claro. Pero ahí está lo más lindo del rugby, la creación del conjunto, el funcionamiento colectivo, la fortaleza mental del grupo y entender qué es lo que está pasando a favor o en contra, para poder resolver esos enigmas que, seguramente, no eran parte del “plan de juego”. Debe haber un orden, claro, pero debe haber también creación. Créanme que es muy fácil competir contra un equipo que es predecible en sus acciones. Y es por eso que hay que aprender a jugar el juego, que no es pasar la pelota, tacklear como máquinas, esquivar como gacelas o soportar las embestidas como rinocerontes. Aprender y entender el juego es todo lo que pasa mientras ocurre eso que muchas veces creemos que es jugar rugby, pero que le falta esa vuelta de rosca.
Buenas noches.
Marcelo Mariosa
Gracias Marcelin, siempre es un gusto leerte y tomar las consignas del viejo deporte, aunque para algunos les parezca repetitivo!!!
Viva el Rugby!!!
No hay más preguntas usia
Los ventaneros y Las Ventajas le han ganado al Juego y a la lealtad
Bueno, algo así
Es que si no es dinámico y blabla y los clubes se funden y las franquicias flaquean y las tribunas están vacías y ni siquiera con los espectadores de la tv pueden bancar el circo
Creo que me excedí, disculpen
Negro querido, que bueno esto de hoy, coincido en todo… Habrás leído un cuento del gran Tacho, que se titula visión periférica, cuyo protagonista es el gran Fernando «Salvaje» Aguire. Tiene buena parte del espíritu de lo que escribiste.